Un anciano se sentó un rato sobre el respaldo de la banca y
apoyó su bastón en el lado mientras de una bolsa de papel sacaba un puñado de
migas de pan añejo para lanzar a las palomas. Las palomas se agazaparon sobre
la cornisa del edificio próximo temerosas frente a tan fausto festín. Se
lanzaron en picada sobre las migajas sin percatarse del inminente peligro que
se escondía bajo las bancas. Hordas de gatos hambrientos se abalanzaron con las
garras extendidas sobre los indefensos pájaros, quienes al verse sorprendidos
no alcanzaron a reaccionar.Los gatos saciaban su hambre, se relamían garras y
bigotes después de tan opípara cena, algunos aún hambrientos alcanzaban a las
palomas heridas y salpicaban sangre al resto de los felinos que festejaban y
maullaban de felicidad. Algunos perros que dormían en la plaza levantaron las
orejas para oír mejor semejante desastre y corrieron coléricos ante tal
espectáculo. Algunos gatos fueron afortunados y escaparon, otros no lo fueron
tanto y murieron bajo los mordiscos y dentelladas de los feroces animales. El
anciano tomó su bastón y propinó un certero palo en la cabeza a uno de los
perros, este murió desnucado instantaneamente.El anciano cogió al perro del
pellejo del cuello y se lo llevo a la casa.
-Al fin comeré algo que no sea pan añejo -dijo el anciano
batiéndose en retirada-.Moraleja: jamás confíes en las migajas que te lanza la
gente, pueden no ser para ayudarte, sino para ayudarse a si mismos.
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